25.1.06

Cavernícolas

Infinitas parecen las cavernas que habitamos, un laberinto de oscuros senderos que se conectan, bifurcan y entrelazan abarcando más de lo que un hombre es capaz de recorrer en su vida. Sabemos que arriba hay otros que viven, parecidos a nosotros, en cierta manera, pero recorriendo un mundo de luz y colores.
Pálidos dirían ellos que somos, si nos asomáramos a ese mundo de eterna incandescencia y estridentes colores, pero está demasiado lejos de nuestras posibilidades. A este mundo de subterráneos pasadizos estamos condenados; sólo los oscuros vapores que nos rodean tenemos permitido respirar y sólo al negro es sensible nuestra vista.
Lo que este sentido nos priva nos lo provee la mente, y así, hemos imaginado la luz y los colores, esos negros distintos, menos negros y más otra cosa, los pasadizos al descubierto y de paredes tan separadas que es imposible alcanzarlas, pero muy lejos están nuestras mentes de poder imaginar lo que uno de nosotros vio una vez.
Aquel que vio un habitante de la superficie, lo describió como demasiado ajeno a nuestro mundo como para aplicarle nuestras palabras.
Apareció desde el techo como si las leyes del universo no se impusieran a él, e hizo retroceder la negra oscuridad reemplazándola por colores. De pronto ese increíble ser miró y llenó de colores a nuestro camarada, y éste pudo ver cada parte de su cuerpo, que hasta ese entonces había sentido pero nunca visto. Luego este semidiós retrocedió hacia la superficie respaldado por cegadoras luces.
De nada pudo hablar aquel habitante, a partir de ese día, que no fuera de los colores, ni siquiera su nombre obtuvieron, sólo hablaba de la calidez de la luz, y de la infinidad de colores que existen, siendo el negro sólo uno de ellos, el menos alegre de ellos; y nadie siquiera podía vislumbrar lo que él había visto con esos ojos que buscaban desesperados un simple fotón y no lo encontraban.
Días después se suicidó, desesperado por la incomprensión, y la depresión de perder ese mundo que tuvo tan cerca, pero que se le escapó.
Sólo nos han quedado los mitos sobre el mundo de arriba, bañado en luz y colores, las ciudades infinitas, los mares interminables, las estrellas y planetas, pero nadie ha encontrado un camino que lo lleve a él, excepto aquél, que se llevó el secreto a la tumba, reconociendo, tal vez, que si ascendiéramos, lo ultrajaríamos hasta el punto de que dejaría de interesarnos, y con el tiempo, y el paso de las generaciones, empezaríamos a preguntarnos sobre el mundo subterráneo del que hablan los mitos y que nunca nadie ha visto.

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